EL
REY INFELIZ
Erase una vez un rey muy poderoso
que tenía muchas tierras y muchas riquezas. Pero tenía una desgracia: no era feliz.
Un día, cansado de buscar la
felicidad, hizo enviar un mensajero para hacer un llamamiento a toda la gente
de su reino. Daría gran parte de sus riquezas a quien le consiguiera traer la
felicidad.
Un día llegó un mercader con muchas
telas preciosas y le ofreció los mejores trajes del mundo. Al principio, el rey
se emocionó, pensando que vistiendo con esos trajes sería el rey más elegante y
así conseguiría la felicidad. Pero después de un tiempo vistiendo lujosos
vestidos y ser la envidia de los reyes vecinos, éstos le dejaron de hablar y se
convirtieron en sus enemigos. Entonces, le empezó a invadir de nuevo un
sentimiento de insatisfacción y tristeza.
Más tarde, llegó un piloto de avión
y le ofreció recorrer el mundo entero viajando con él en su avión. Conocería
lugares desconocidos y bellos y conseguiría ser feliz. Se montaron en el avión
y visitaron países exóticos, disfrutaron de paisajes maravillosos… Pero con el
tiempo, empezó a echar de menos su castillo y su cama y sus tierras y volvió a
invadirle la infelicidad.
Pasado unos días, llegó un cocinero
y le ofreció los mejores manjares. Disfrutó saboreando platos exquisitos y
suculentos. Cada día, el cocinero le sorprendía con nuevos platos. Pero al
pasar el tiempo, empezó a ponerse gordo y se volvió a sentir infeliz.
Entonces, llegó un hombrecillo un
tanto extraño que le ofreció una solución muy curiosa: le regaló unas gafas
mágicas con la condición de que mirara a las personas que tenía a su alrededor.
Encontraría algo en ellas que le daría la felicidad. Al principio, el rey se
mostró un poco desconfiado, pero el mago le prometió que volvería al día siguiente
y si la receta no hubiera dado resultado se llevaría las gafas sin ningún compromiso.
Por fin el rey aceptó y cogió las gafas.
Llegó el día siguiente. El rey, al
levantarse por la mañana, se colocó las gafas y cuando llegó su mayordomo a vestirle,
no tuvo más remedio que empezar a poner en práctica el consejo del mago. Miró a
su mayordomo con curiosidad de arriba abajo buscando algo que le pudiera dar el
mayordomo y que le trajera la felicidad. Fue observándole con detenimiento y entonces,
descubrió que su mayordomo tenía los zapatos viejos y raídos.
— ¿Cómo
tienes así los zapatos? ¿No tienes dinero para comprarte un calzado digno de mi
reino?— Preguntó el rey.
— Bueno,
la verdad es que el salario que me paga su majestad no es suficiente para sacar
adelante mi familia y mi mujer no tiene trabajo. Tengo cuatro hijos, uno enfermo
y otro en la universidad y…
— ¿Cómo
es posible? A partir de ahora te subiré el sueldo al doble. Y a tu hijo, que le
vea el mejor médico del reino.
— Gracias,
muchas gracias— Contestó el mayordomo sorprendido.
— Bien
poco me va a dar este hombre que casi no tiene para vivir. —Pensó el Rey. Se
ajustó las gafas y salió de su habitación con intención de seguir buscando.
Bajó a desayunar y se encontró con
la cocinera que estaba preparando el desayuno cantando a pleno pulmón.
— Buenos
días, parece que está muy contenta- Le dijo el rey.
— Buenos
días, su majestad. Bueno la verdad es que me gusta mucho cantar, pero contenta,
contenta. Realmente, lo que me haría feliz sería poder cantar en la ópera.-
— ¿Y
qué se lo impide? — Preguntó el rey.
— Pues
que tengo que estar aquí trabajando para servir a su majestad.
— ¿Cómo,
sólo eso? No se preocupe, váyase tranquila, seguro que la mujer del mayordomo
no le importará sustituirla.-
Y
se marchó la cocinera cantando de alegría. El rey se quedó pensando que aquella
mujer tampoco le podría dar la felicidad si se marchaba de su castillo y salió
al jardín para dar su acostumbrado paseo en caballo por sus tierras. Llegó el
encargado de prepararle el caballo y al fijarse en él se dio cuenta de que no
era su encargado habitual:
— Buenos
días. Usted no es el mismo de siempre ¿verdad? ¿dónde está mi encargado?
— Pues
verá, su encargado es mi abuelo, que ya está muy mayor, ha caído gravemente
enfermo y he venido yo a sustituirle.
— Vaya,
¿y dice que está grave?
— Sí,
bastante, y me dijo que su último deseo era poder despedirse de su majestad.
— Pues
iré a verle, quizá él tenga una cosa importante para mí.
El
rey se montó en su caballo y se marchó rápidamente a ver a su encargado. Al
llegar a su casa, el hombre le agradeció profundamente su visita. Se alegró
mucho y muy emocionado, dio su último aliento y se murió.
Entonces
el rey pensó: — Vaya, otro que no va a poder darme nada—Y salió de la casa
apenado en dirección a su castillo.
Por
el camino de vuelta, comenzó a recapacitar en todos los acontecimientos del
día, un poco contrariado por el poco efecto de las gafas. Empezó a pensar en el
mayordomo y su mujer ¿estaría contenta con su nuevo trabajo? .Se imaginó a la
alegre cocinera cantando a pleno pulmón en la ópera .Y se acordó de su
encargado que había muerto feliz por su visita. ¿Y yo?...
Al día siguiente volvió el mago:
— Bueno.
¿qué tal, han tenido efecto las gafas? ¿me las va a devolver?
— Pues
sí, le voy a devolver las gafas. Pero porque ya no me hacen falta. He descubierto
que era un infeliz porque buscaba por encima de todo mi felicidad, sin
preocuparme para nada de los demás. Sin embargo, al buscar la felicidad de los
demás, sin darme cuenta, he encontrado la mía.
FIN
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