Hoy publicamos el que contamos ayer:
"El visor de sueños"
Erase una vez, una aldea donde los habitantes habían perdido
la risa. El ambiente era muy serio, nunca se oía reír o cantar. No se podía
decir tampoco que estuvieran tristes. Más bien, se habían acostumbrado a hacer
siempre lo mismo y no salían de sus rutinas. Vivían a gusto en sus costumbres y
vidas tranquilas. Pero nunca había acontecimientos inesperados o eventos
nuevos, ni se representaban obras de teatro o conciertos. Y menos, dedicaban
tiempo a contar chistes o reír, les parecía una pérdida de tiempo.
Hasta que un
día, se rompió la rutina de la aldea. Llegó un personaje mágico en una carreta.
Vestía un traje de mil colores, un sombrero naranja y lo que más llamaba la
atención era su sonrisa de oreja a oreja. En lo alto de la carreta llevaba un
cartel que ponía “El visor de sueños”. Y se plantó en la plaza del pueblo
invitando a la gente a descubrir la maravilla que escondía en su carreta
gritando: —¡Pasen y vean la mayor maravilla del mundo nunca vista!
Los vecinos
del pueblo se empezaron a quejar de las voces y ruidos que emitía el señor
extraño y pasaban por delante con desprecio y ridiculizando tanta pérdida de
tiempo.
Pasó por
allí Igor, uno de los vecinos de la aldea. Atraído por la curiosidad, se acercó
a la carreta y preguntó al titiritero qué llevaba allí dentro. El hombre le
dijo: — ¡ah, tienes que entrar para
descubrirlo! Sólo te cobraré con una sonrisa a la salida.
Igor, no
dudó en aceptar y entrar por la puerta trasera de la carreta. Abrió la puerta,
se introdujo en la carreta y el titiritero cerró la puerta quedándose él solo
ante un espejo. Miró el espejo y se vio él reflejado, pero se vio de niño y estaba
leyendo un libro de cuentos. Después la imagen se puso a escribir y pudo
descifrar que era el relato de un cuento y luego se vio ya mayor en un teatro,
rodeado de gente, contando cuentos y disfrutando con el público. Entonces, se
abrió la puerta y apareció el hombre con su acostumbrada sonrisa. ¿Qué te ha
parecido? ¿Me vas a pagar?
— Sí,
estoy muy contento. Sonrió Igor. Me he visto en el sueño de mi vida, contar mis
propios cuentos, haciendo feliz a la gente. Igor volvió a quedarse serio: —
¿Pero crees que podría hacerse realidad? En esta aldea nadie cree en la risa,
sólo hay hueco para las cosas serias.
—Sólo
tienes que creerlo y serás capaz. Le dijo el hombre extraño.
El
titiritero, ya no tuvo más clientes y tuvo que marcharse de la aldea, pero se
iba contento por la visita de Igor. Y cuando atravesaba el puente de salida de
la aldea, se cruzó con Igor y le guiñó el ojo en señal de complicidad.
Igor se
quedó pensativo y decidió creerse las palabras del hombre. “Sólo tienes que
creerlo y serás capaz”
Regresó a su
casa y comenzó a escribir y a ensayar para ser un buen cuentacuentos. Y cuando
ya estuvo preparado, puso un cartel en la plaza del pueblo para convocar a todo
el vecindario.
Llegó la
hora de la función y aunque no hubo mucha convocatoria empezaron a llegar
algunos curiosos, esperando que Igor les fuera a dar alguna noticia
interesante. Igor se puso a contar sus cuentos, pero los vecinos comenzaron a
aburrirse y marcharse y el pobre Igor se quedó sólo. Disgustado y triste y empezó
a pensar que no servía para nada contar cuentos y que su sueño nunca podría
hacerse realidad. Aunque él creía en la magia de los cuentos y no quería darse
por vencido. Entonces, vio un niño que se asomaba por detrás de una esquina y
tímidamente había estado escuchando su cuento.
— ¿No
vas a seguir contando el cuento?
—Pero
si a nadie le gusta. Dijo Igor con tristeza.
—A
mí sí me gusta, y me encantaría saber cómo acaba.
—Vale,
te lo contaré.
Igor siguió
el cuento, otro niño que pasaba por allí se acercó también y se quedó
escuchando, y otro y otro. De pronto comenzaron a reír y a cantar con los
cuentos de Igor. Las risas se oyeron por todo el valle y los vecinos se quedaron
extrañados. A la vez, les entró una gran nostalgia de cuando eran niños y reían
y jugaban. Se dieron cuenta de que habían perdido la alegría afanados en hacer
cosas y vivir sin sueños.
Apareció de
nuevo el titiritero con su carreta. Volvió a instalarse en la plaza del pueblo
y a invitar a la gente a subir a su carreta. Esta vez comenzó a hacerse una
gran cola de gente que daba la vuelta a la plaza, con mayores y niños que
entraban en la carreta y salían con una gran sonrisa para pagar al titiritero.
Desde
entonces volvió la alegría a la aldea y los vecinos empezaron a soñar y a hacer
realidad sus sueños.
FIN
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